He querido llamar este post así para ilustrar algo de lo que muchas personas no son conscientes y sin embargo es un fenómeno que ocurre a diario o con relativa frecuencia.
Muchas veces nos hacemos dueños de los sentimientos de otras personas: sus preocupaciones, sus enfados, sus pesares... No nos damos cuenta pero nos hemos perdido en la otra persona. Hemos perdido nuestra identidad como individuo único que somos.
Parece divertido pensar en estos gansos (o no tan gansos ya) convertidos en señoritas inglesas que van juntas a tomar un té. Han dejado de ser gansos para ser personas.
Sin embargo no es tan divertido si nos paramos a pensar en que nosotros hacemos eso mismo, dejar de ser nosotros.
Ahora mismo lo estoy haciendo yo, me estoy perdiendo a mi misma al decir "nosotros" y meternos en un conjunto indiferenciado de personas que realmente son individuos únicos. Aquí y ahora, si quito el "nosotros" sólo quedo "yo". Piensa en esto: "¿cuándo dejo de ser YO misma o YO mismo?", "¿Para qué lo hago?"
Son ocasiones como cuando nos ponemos tristes si alguien tiene un problema, o nos enfadamos porque alguien muy querido ha tenido un enfado con un tercero. En estos momentos pregúntate "¿quién tiene un problema él/ella o YO?"
Siempre estamos al tanto de las personas que queremos porque nos interesamos por ellas, las queremos y estamos en contacto con ellas. En este punto ellas siguen siendo ellas y yo sigo siendo YO y sentimos empatía cuando nos expresan su malestar.
Sin embargo, cuando llega el momento en que me apropio de sus emociones, me deprimo, sufro por la otra persona, dejo de ser yo. Esto es lo que se llama CONFLUENCIA. Yo me apropio de lo de fuera y me pierdo.
Como cuando una gota de pintura cae en el agua: el agua ya no es agua, es pintura diluida, es una mezcla, una suerte de agua sucia.
A veces he visto estas cosas en una primera sesión con jóvenes o niños: las madres acompañan a sus hijos en la primera sesión muy angustiadas. Les preguntas cómo ven a su hija o su hijo y les falta poco para echarse a llorar.
Les duele el dolor de sus hijos. A veces les duele lo que creen que a sus hijos les duele y nada tiene de real.
Por tanto, los hijos o hijas vienen con angustia doble: "por lo que me pasa a mí y por la angustia de mamá, que es culpa mía".
Y ahí hay una confluencia doble: la madre sufre por su hijo y el hijo por la madre.
Me gustaría aclarar las dos partes de la historia:
1º Mamás (y digo mamás porque no se ha dado el caso de que hayan venido los padres): es lógico y natural preocuparse por los hijos e hijas, lo hacemos por empatía y eso nos lleva a poner los medios necesarios para buscar ayuda para ellos. Pero si te empeñas en sufrir porque a tu hijo le pasa algo, en primer lugar, te haces daño a tí (a veces innecesariamente porque no coincide lo que le pasa con lo que tu crees que le pasa); y en segundo lugar, porque tu hija o hijo carga con el peso de saber que mamá sufre por su culpa. Tu hijo tiene la capacidad de salir adelante con ayuda necesaria. Los problemas que va a ir superando le harán crecer como persona y aprender soluciones y recursos nuevos. Nadie crece sin enfrentarse a retos ni obstáculos. Pretender que nunca tengan problemas es pretender que siempre vayan a ser niños indefensos.
Por eso es importante distinguir qué me preocupa a mí y qué le preocupa a mi hijo, ver qué es suyo y qué es mio, nunca adueñarme y sufrir por el problema de mi hija o hijo.
2º Hijos e hijas: Vosotros venís a verme porque algo os preocupa ¿qué es lo que os preocupa? La preocupación de mamá es SU preocupación, a mí me interesa que me cuentes la TUYA ¿para qué has venido a verme? ¿Qué necesitas de mí?
Esto es un ejemplo ilustrativo de situaciones de CONFLUENCIA que me encuentro a diario.
Lo mismo ocurre con las parejas. "Hago lo que mi pareja quiere", "hago lo que mi pareja decide"¿Y qué quieres TU? Es más, ¿dónde estás TU? Te has perdido a tí mismo diluyéndote como esa gota de pintura en tu relación de pareja.
Para evitar todas estas situaciones siempre me gusta recordar la oración gestalt en algunas sesiones:
Muchas veces nos hacemos dueños de los sentimientos de otras personas: sus preocupaciones, sus enfados, sus pesares... No nos damos cuenta pero nos hemos perdido en la otra persona. Hemos perdido nuestra identidad como individuo único que somos.
Parece divertido pensar en estos gansos (o no tan gansos ya) convertidos en señoritas inglesas que van juntas a tomar un té. Han dejado de ser gansos para ser personas.
Sin embargo no es tan divertido si nos paramos a pensar en que nosotros hacemos eso mismo, dejar de ser nosotros.
Ahora mismo lo estoy haciendo yo, me estoy perdiendo a mi misma al decir "nosotros" y meternos en un conjunto indiferenciado de personas que realmente son individuos únicos. Aquí y ahora, si quito el "nosotros" sólo quedo "yo". Piensa en esto: "¿cuándo dejo de ser YO misma o YO mismo?", "¿Para qué lo hago?"
Son ocasiones como cuando nos ponemos tristes si alguien tiene un problema, o nos enfadamos porque alguien muy querido ha tenido un enfado con un tercero. En estos momentos pregúntate "¿quién tiene un problema él/ella o YO?"
Siempre estamos al tanto de las personas que queremos porque nos interesamos por ellas, las queremos y estamos en contacto con ellas. En este punto ellas siguen siendo ellas y yo sigo siendo YO y sentimos empatía cuando nos expresan su malestar.
Sin embargo, cuando llega el momento en que me apropio de sus emociones, me deprimo, sufro por la otra persona, dejo de ser yo. Esto es lo que se llama CONFLUENCIA. Yo me apropio de lo de fuera y me pierdo.
Como cuando una gota de pintura cae en el agua: el agua ya no es agua, es pintura diluida, es una mezcla, una suerte de agua sucia.
A veces he visto estas cosas en una primera sesión con jóvenes o niños: las madres acompañan a sus hijos en la primera sesión muy angustiadas. Les preguntas cómo ven a su hija o su hijo y les falta poco para echarse a llorar.
Les duele el dolor de sus hijos. A veces les duele lo que creen que a sus hijos les duele y nada tiene de real.
Por tanto, los hijos o hijas vienen con angustia doble: "por lo que me pasa a mí y por la angustia de mamá, que es culpa mía".
Y ahí hay una confluencia doble: la madre sufre por su hijo y el hijo por la madre.
Me gustaría aclarar las dos partes de la historia:
1º Mamás (y digo mamás porque no se ha dado el caso de que hayan venido los padres): es lógico y natural preocuparse por los hijos e hijas, lo hacemos por empatía y eso nos lleva a poner los medios necesarios para buscar ayuda para ellos. Pero si te empeñas en sufrir porque a tu hijo le pasa algo, en primer lugar, te haces daño a tí (a veces innecesariamente porque no coincide lo que le pasa con lo que tu crees que le pasa); y en segundo lugar, porque tu hija o hijo carga con el peso de saber que mamá sufre por su culpa. Tu hijo tiene la capacidad de salir adelante con ayuda necesaria. Los problemas que va a ir superando le harán crecer como persona y aprender soluciones y recursos nuevos. Nadie crece sin enfrentarse a retos ni obstáculos. Pretender que nunca tengan problemas es pretender que siempre vayan a ser niños indefensos.
Por eso es importante distinguir qué me preocupa a mí y qué le preocupa a mi hijo, ver qué es suyo y qué es mio, nunca adueñarme y sufrir por el problema de mi hija o hijo.
2º Hijos e hijas: Vosotros venís a verme porque algo os preocupa ¿qué es lo que os preocupa? La preocupación de mamá es SU preocupación, a mí me interesa que me cuentes la TUYA ¿para qué has venido a verme? ¿Qué necesitas de mí?
Esto es un ejemplo ilustrativo de situaciones de CONFLUENCIA que me encuentro a diario.
Lo mismo ocurre con las parejas. "Hago lo que mi pareja quiere", "hago lo que mi pareja decide"¿Y qué quieres TU? Es más, ¿dónde estás TU? Te has perdido a tí mismo diluyéndote como esa gota de pintura en tu relación de pareja.
Para evitar todas estas situaciones siempre me gusta recordar la oración gestalt en algunas sesiones:
Comentarios
Publicar un comentario